lunes, 31 de agosto de 2020

Vacaciones en tiempos de pandemia


 Lo sé, lo sé... para arrancar el título parece entre ofensivo y simplón.

Como podrán imaginar, lejos está de mis intenciones el ofender a nadie y, siendo sincera, aunque las cosas pudieran simplificarse no es fácil de conseguir siendo escritora intermitente de posts en un blog para amigos.

Estamos de vacaciones, sí, pero empezaré por aclarar el concepto ya que últimamente me he dado cuenta de que es indispensable para tener una buena comunicación.

Así es que ¿qué son vacaciones? Para mí, en un pasado pre-año sabático, equivalían a tomarme 20 días o un mes, subirme a un avión y dedicarme a descubrir países lejanos. Esa concepción, base y sustento de la creciente industria turística, es relativamente reciente. No lo sé con exactitud, pero imagino que no ha sido hasta el inicio de la recuperación post segunda guerra mundial -entre los ’60 y los ’70- que se empezó a poner de moda el hecho de “hacer vacaciones”.

Y, demás está decirlo, para mucha gente todavía sigue siendo un ejercicio tan solo mental. Porque el otro factor implícito en el hecho de hacer vacaciones es que sean pagadas, claro.

Esa frase mítica que he escuchado tantas veces de “pero ahora acabas el festival y tienes cuatro meses de vacaciones”. ¡Sí, hombre! Como el trabajo en cultura se paga taaaan bien, yo puedo irme de vacaciones y gastarme lo poco que he ahorrado sin seguir ingresando, cuando tampoco sé a ciencia cierta cuando me volverán a contratar. En fin, que tampoco me interesa hacer un post de queja, solo quería dejar claro que el tener una perspectiva mínima de ingresos es básica para mi vacacionar (se nota que ya tengo casi 42, ¿no?).

Nuestra casita al fondo, antiguo horno de pan

De camino al Pont de Montvert

Esto es una piedra en el camino... el resto, peanuts!

Así que, volviendo al hilo, las vacaciones son algo de tiempo libre y remunerado. Una especie de hueco, el tan mentado “gap” inglés entre el vagón y el andén. Un tiempo acotado y sin obligaciones laborales pero que tiene, y justamente ahí radica más su sabrosura, una fecha de caducidad.  Porque, lo siento, pero saber que se acaba le da más gustito. Siempre querríamos tener más días - ¡qué duda cabe! - pero, sean el número que sean, el saber que son finitos le aporta más nitidez a su degustación.

Este año, sin embargo, hay otros factores que pesan: el primero, en lo global, ser conscientes de que hay infinidad de personas que no pueden todavía ni salir de sus casas o que se han quedado sin trabajo, con lo que las vacaciones están fuera de su órbita completamente. En lo personal, el hecho de que para mí son vacaciones inesperadas, ya que no pensaba tener trabajo a estar alturas ni mucho menos poderme coger unos días libres. Por último, pero no menos importante, haber conseguido que mi pareja pueda, contra todo pronóstico, tomarse 5 días libres. Que, siendo él autónomo y con una temporada alta de trabajo en verano, era un poco como luchar contra los elementos.

Pero el azar nos ha regalado la conjunción de los astros y aquí estamos, en una casita en un pueblo perdido del Parc National de Cevennes, cortesía de un amigo suyo que nos la deja for free. A menos de 90 kms del pueblo de Marc, pero que se hacen eternos gracias a una carretera estrecha y sinuosa que nos deposita en este universo paralelo a 1.047 mts. de altura. 

L'Hermet: un puñado de casas, un cielo que te come los ojos y bichos varios. Poco más.

Caminatas por los alrededores, aprovechando los momentos sin lluvia





El pueblo más cercano, a 3 kms, es Le Pont de Montvert. Una especie de meca de viajeros, de esos lugares reconocibles tanto si estás en el centro de la India, a las puertas del desierto de Atacama o en el Midi français. Lugares con un aura que les da un atractivo difícil de definir, que contrasta completamente con su perfil anodino.

En el Pont una se sienta en la terraza de un bar y escucha ciclistas con acento british, ve pasar familias francesas con niños de medidas varias, caminantes de nacionalidades diversas con mochilas de alturas asesinas, hippies de una edad, motoqueros con chaqueta de cuero y un largo sinfín de viajeros de todo tipo. Un lugar en el que gente desconocida se habla con naturalidad y donde el café o la cerveza del break siempre saben a gloria. Y es que por estas montañas pasan infinidad de rutas, incluida la que a finales del 1800 hiciera Stevenson acompañado de una burra de nombre Modestine.  

Pero nosotros estamos en otro universo. En 4 días, de momento solo hemos bajado una mañana al pueblo. El camino a pie es una gozada, pero el mal tiempo nos retuvo en la casita, ya que la intención es no mover la furgo hasta que volvamos (parte de las vacaciones de Marc son no conducir). Así es que nos remitimos a hacer aperós, comidas suculentas, charlas, lecturas, contemplación y amores. Hoy, el día 4, he añadido a las contadas actividades la escritura.

De momento no necesitamos nada más. Y es fantástico este no deseo de más. ¿Me estaré convirtiendo en budista? Lo dudo, y creo que mi dosis de carne de estos días me borra de un plumazo de la lista posible de discípulos…

Fauna y aperitivos de la zona ;)


 

En los pocos momentos en que no ha llovido salimos a dar un paseíto, y realmente la densidad de los colores me abruma, casi diría que me atropella. Infinidad de amarillos y verdes de las pasturas, jaspeados de algunas flores rosa-violetas y de las matas de rosa mosqueta que revolotean su melena anaranjada al viento. Grises y blancos de las piedras que aparecen casi como flashes de Lord of the Rings, a veces arropados por musgos mulliditos donde dan ganas de echarse una siesta.

El azul del cielo se nos cae encima, con nubes nómadas que despliegan todos los tonos de grises posibles y más. Huele a agua y a tierra mojada, a piedra y a hierro… Todo parece más definido, más consistente, más estable. Cosas que son y están desde hace tiempo, como las casitas de piedra de edades infinitas, indiferentes a virus y profecías estadísticas.

¿O será que lo siento más intensamente porque me veo como una privilegiada, haciendo un stop a todas las incertezas que se han vuelto tan tristemente cotidianas? 

No lo sé, pero sabiendo que en breve tocará ponerse otra vez la mascarilla para salir a la calle, gozo de respirar este aire sin filtros.