miércoles, 11 de septiembre de 2019

El buen camino


¡Buen camino! ¡buen camino!
Esa frase fue, sin dudas, la que más he escuchado y dicho durante mis vacaciones. Y es que por fin, 6 años más tarde, he terminado el Camino de Santiago.

La verdad es que no tenía nada claro que iba a acabarlo, pero el hecho de tener un mes libre en pleno verano -cosa impensable trabajando en festivales- era una oportunidad para no desechar.  

Como para variar mi presupuesto vacacional era limitado, el Camino de Santiago se presentó como un oasis asequible con múltiples beneficios: me permitiría desconectar de pantallas, ofreciéndome actividad física rodeada de verde. Ambas cosas las necesitaba tremendamente después una primera mitad de año laboral y estudiantil de alta intensidad.
Así es que me compré un billete a Ribadesella, último pueblo asturiano al que había llegado allá por el 2015 y, tras una noche de bus cruzando la ancha España, bajé con mi mochila y arranqué a andar.

playas asturianas







mi look de caminante, muy glamouroso como puede notar.. jeje
vaquitas y molinos, sospechosos de siempre en Asturias

Depende de para quién, pareciera que salir a hacer el camino de Santiago es una aventura épica. Pero la verdad es que en el 2019... ¡tampoco es para tanto!
Es cierto que para mí fue un reto por mi nula preparación física, pero a nivel logístico el Camino es claramente "apto para todo público". Ultra bien señalizado, con albergues por doquier y (cosa que descubriría a 2 días de arrancar) una maravillosa aplicación que te resolvía absolutamente cualquier duda que te pudiera surgir. La app, de descarga gratuita, te proponía las etapas con sus respectivos kilómetros y desniveles cuesta arriba y abajo bien indicados, tu localización gps en todo momento, y te detallaba todas las prestaciones de los lugares por los que pasarías: desde farmacias hasta bares, pasando por albergues, supermercados y hoteles, con sus respectivos precios y valoraciones.
El Camino en la era digital no tiene tanto mérito como en la época del mismísimo santo, ya lo véis, pero ¡no por eso deja de ser interesante!

para que no se piense que solo caminaba por verdes prados  
muestra de las previsiones de meteo que me pasaba diariamente mi love gabacho :)

el mejor anuncio de un albergue

Claro que el interés es siempre una cosa de lo más personal e intransferible. Lo veías en la amplia gama de gente que te ibas encontrando. Había peregrinos que caminaban por razones religiosas, otros por deporte y, creo que los más, por experiencias o situaciones personales de lo más variopintas. Algunos con la cabeza puesta en llegar a Santiago tal día sí o sí, a pesar de ampollas y tendinitis varias, y otras que más bien pensábamos en la ducha al final del día, a modo de santo grial higiénico.
Personalmente, el solo hecho de llevar una mochilita con un necessaire básico, una camiseta y un pantalón de recambio, más un vestido y unas chanclas para ponerme a la tarde después de la ducha, era una cosa que me proporcionaba un enorme relax mental. No tener que trabajar con el portátil, poderme conectar al teléfono solo por  el placer de comunicarme con gente querida, significaba en esos momentos el súmmum de las vacaciones.



Olga, una de las 3 rusas que parecían salidas de una obra de Chéjov con las nos cruzamos bastante
Sachiko despuntando su pasión animalera
cena comunal en el albergue de Bodenaya, selfie made in italiano de Busto Arzizio

Mi mayor preocupación era tener lugar para dormir en los albergues, cosa que en agosto no fue del todo sencilla. 
El grueso de los españoles hacen vacaciones en esa época, a los que se les sumaban los italianos que gozan de su ferragosto. Como los albergues municipales funcionan por estricto orden de llegada, y acá servidora se lucía por su ritmo tortuguil, tuve que buscar otra opciones. La solución fue empezar a dormir en albergues privados, un poquito más caros pero que permitían reservar por teléfono el día antes, con lo cual evitaba el único stress que me quedaba para esos días.
Es de rigor decir que a esa solución solo llegué después de haber tenido que pagar un hotel la primera noche, ante mi azorado descubrimiento de que el camino se había vuelto una cosa muy, pero que muuuuy popular en estos últimos años.

El dormir en albergues abrió la puerta a la segunda revelación: la confirmación de que "voilà chavala, ya tenés una edad". Volver a dormir en una habitación con 15 o 20 personas más y sus respectivas sonoridades corporales se me hizo cuesta arriba. ¿Cómo podía yo antes conciliar el sueño en un espacio así? Desconozco.  De hecho me parecía casi imposible.
Segunda resolución: cada dos o tres noches de albergue y ahorro, me regalaba una habitación individual para descansar de verdad. Y las pocas veces en que la habitación tenía baño privado, ¡mon dieu!, me sentía en un 5 estrellas ya.

Más allá de las pequeñas incidencias devenidas de tener 40 takos, la verdad es que, aparte del paisaje y el ejercicio, disfruté con el despliegue de la variedad humana. Porque en el camino se ve eso, la fauna humana en un estado bastante esencial. 
Aún si saber el por qué de su peregrinaje, se podía agrupar a los caminantes en cuanto a su operativa. Los había que se despertaban a las 4 y pico, para empezar a caminar cuanto antes, frontal puesto y sin apenas desayunar; los que formaban grupos porque estaba claro que no querían caminar solos; los que querían ir incluso más allá y socializar TODO el santo día, yendo a comprar y preparando cenas comunales; los talibanes que detestaban a los que mandaban las mochilas por correo porque eso hacía "perder la esencia del camino"; los que siempre paraban en un bar a las dos horas para desayunar con cañita incluída, ... En fin, que la cosa daba para unos cuantos estudios sociológicos.

Algunes imágenes de la variante de Hospitales y la llegada al embalse de Salime. Los dos trozos que más disfruté. 




Yo, aunque ustedes no lo crean, no fui de las más sociables. 
Y es que justamente necesitaba lo contrario, caminar a solas con mis pensamientos, desconectar un poco, incluso intentar dejar de pensar (intentar). Claro que en los albergues y pueblos hablaba -¡no sería yo, sino!-  pero lo de hacer todo con alguien me horrorizaba bastante.
Lo que sí generé espontáneamente fue una incipiente amiga, Sachiko, una japo que ya había hecho el Camino Francés hacía un par de años y ahora repetía en el Primitivo, que era por el que yo había decidido continuar después de 3 días por el de la Costa. Algunos amigos que lo habían hecho me habían recomendado seguir por este itinerario, que se consideraba más duro pero con muchísimo menos asfalto y, sobretodo, menos gente que si optaba por seguir el que bordeaba el cantábrico.

Con Japón, ya se sabe, tengo una innegable debilidad. Sachiko me recordó palabras olvidadas y la verdad es que disfruté de su compañía siempre respetuosa, tan nipona. 
Ella se reía de las historias que yo me inventaba sobre los otros peregrinos con que nos cruzábamos seguido. Y, aunque iba rápido como una flecha, solíamos salir juntas y encontrarnos en los pueblos de llegada a veces para comer o cenar. Fue su compañía uno de los regalos del camino.

Otro, el encontrarme inesperadamente con una amiga vasca de mis épocas de curro en la productora de Barcelona, que hacía añares que no veía. Me había sentado en un bar a comer una favada  (era mi último día en Asturias) y de repente se me planta enfrente una tipa rulosa diciéndome "¿Luz??". Tardé unos segundos en encajar cara, nombre, lugar, y decir "¡¡Amaia!! ¿pero qué hacés acá?" y ella "¿y qué hacés tú aquí?" Risas y abrazos en Grandas de Salime, no nos lo podíamos creer.
Disfrutamos juntas una tarde mientras visitamos un impresionante museo etnográfico, que era como caja de pandora que no se acababa más.


 con Amaia y...  la favada! ;)
Y así, entre sorpresas y paisajes, pasito a paso crucé Asturias, enamorándome de su infinidad de verdes colinas, mañanas nubosas en las que me cruzaba caracoles intrépidos a media carretera, prados con vaquitas remolonas, infinidad de mariposas en éxtasis volador, y así llegué a Galicia.
Mi primera gran ciudad en terras galegas fue Lugo, que me sorprendió por bonita, en contraposición con su nombre que siempre me había invocado un lugar desabrido y gris.
A partir de este punto pero, lo cierto es que el talante cambió. Resulta que los 100 últimos kilómetros son los que cuentan en Santiago para darte la "Compostela", un papelote que certifica que has hecho el Camino.
El certificado no sé si avala para pasar el peaje celestial -caso que exista- pero que conste que hice una cola de 4 horas para que me lo den.

 Llegando a Lugo


Saliendo con lluvia "sin impacto agronómico" según el weather man... ¡pero mojaba!

En la práctica, la cosa es que a partir de ese punto una ingente cantidad de humanos se suma a las filas del peregrinaje. A esto se le añadía el hecho de que, dos días después, mi camino se juntaba definitivamente con el itinerario Francés, el más transitado de todos los existentes en la península. 
Conclusión: pasé de un camino de reflexión, con gente en niveles aceptables, a sentirme en las Ramblas de Barcelona un domingo cualquiera. Bares a cada kilómetro, bicis que te pitaban para que te apartes, más asfalto, más ruido, más basura generada por la humanidad en versión masa... 
Llegar a Santiago iba pareciéndose más a un martirio y yo, ya se sabe, no tengo madera para santa.
Pero claro, faltaba tan poco que seguí, ¡no iba a dejar cuando me faltaban 50 kms nomás! 
Y al final, llegué. Sonará herético pero la verdad es que me emocioné más con el pulpo a feira que con la Plaza do Obradoiro (cosas de gourmand incipiente).




Para los amantes de las estadísticas: 16 días, 392 kilómetros y bastante desnivel para mi no-nivel.
Para los que gustan de cosas especiales, recomiendo altamente ir a dormir a los albergues de Amandi y/o Bodenaya. Te ofrecen cena comunal, cama, desayuno y ¡hasta te lavan la ropa! Las parejas que los llevan son gente enamorada del camino, que quiere que siga funcionando con el espíritu original de dar según cada uno pueda. O sea: se paga con un donativo, no hay precio. 
¿Utópicos? Sí, pero en ejercicio, con lo cual merecen mis más altos respetos.


 no se pueden imaginar la emoción de que, aparte de que ahorren el lavar la ropa a mano, te la presenten así... ¡casi lloro!

El último regalo fue buscado, encontrarme con una familia de amigos que estaban de vacaciones por la zona.
Así pues, el colofón a unas vacaciones atípicas fue un día de charlas con amigos, acompañadas de vino tinto y  empanada gallega, en una playa asturiana de esas que las mareas hacen inmensas o pequeñísimas a su antojo.
Me depositaron en Gijón, donde volví a coger un bus nocturno, en plan fin de viaje circular.


Volviendo pensaba qué fácil sería la vida si nomás hubiera que seguir siempre una flechita amarilla, sin pensar nada, ¿no?..
Pero claro, con lo lindo que es perderse, che.

 gatos a los que les importaba un pimiento el camino. Lo interesante siempre está adentro...